El enigma de los siglos by Louis G. Milk

El enigma de los siglos by Louis G. Milk

autor:Louis G. Milk
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
publicado: 1953-12-31T23:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO VI

La mujer, con uno de sus brazos vendados, salió de la espacionave en el momento en que se acercaba un grupo de hombres, ataviados ricamente, armados con pesadas espadas de oro, cuyas empuñaduras estaban consteladas de gruesas gemas los que parecían ser más importantes personajes, y con arcos y flechas, amén de escudos bellamente trabajados los que pertenecían a la casta de simples guerreros.

Trytha se detuvo, contemplando el extraño grupo que, apenas la vio, en un movimiento unánime, se postró a sus plantas, escondiendo la faz en el suelo, en señal de acatamiento, sin moverse hasta que ella lo ordenó:

—Levantaos —dijo, sencillamente.

Pero, con la sola excepción de uno de ellos, todos los demás continuaron en la primitiva posición de respeto y adoración, y el que se había erguido, sin mirarla directamente, exclamó:

—Al fin ha llegado nuestra hora. Ha llegado la diosa que nos prometieron las leyendas.

—¿La diosa? —inquirió ella extrañada.

—Sí. Nuestras tradiciones cuentan que un día vendrá una mujer de excepcional belleza que gobernará nuestro pueblo, sacándolo del marasmo en que se halla y conduciéndolo a la victoria y conquista del mundo, por medio del exterminio de todos los habitantes que no pertenezcan a la raza de los elegidos.

Trytha contempló curiosamente a su interlocutor. Alto, fornido, vestido ricamente, pendiendo del labrado cinturón un enorme puñal, llevaba sobre la frente una extraña diadema áurea, que debía indicar su elevada categoría sobre aquel grupo de hombres que todavía permanecían en la misma posición. No se extrañó del hecho tan raro que suponía que unos y otros hablaran idéntico lenguaje, por lo que le preguntó:

—¿Quién eres tú y cómo te llamas?

—Mi nombre es Anco Numac, y soy el sumo sacerdote de este pueblo. Soy el que ha tenido la dicha infinita de ver hechas realidad viva y tangible las antiquísimas tradiciones que nos prometieron una diosa que vendría de los cielos. Largos años hemos tenido que esperar, mas al fin la hora ha sido llegada.

La mujer se dio cuenta instantánea de las ventajas que se le ofrecían, en vista de lo cual exclamó:

—En el interior de ese aparato que nos ha traído a través de los espacios hay un hombre que ha sido herido gravemente. Nos lo llevaremos para atender a su total curación. ¿Está muy lejos vuestro pueblo?

—Llegaremos cuando el sol esté al término de su carrera. Tu servidor será debidamente atendido y nuestros médicos le devolverán la salud perdida. En cuanto a ti, hemos traído algo para que tus divinos pies no toquen el suelo.

El sumo sacerdote se volvió, dando una breve palmada, ante cuyo conjuro, de la espesura cercana salieron veinte hombres, semidesnudos cubiertos apenas con un breve cinturón, portando una lujosísima litera, cuya vista hizo que Trytha ahogara una exclamación de asombro. Los esclavos llegaron donde se encontraba la mujer con Numac, dejándola en el suelo y postrándose, hasta que el sacerdote les ordenó secamente, una vez que Trytha se hubo instalado en el suntuoso lecho y corrido las finísimas cortinas, que reemprendieran la marcha. Obedeciendo a



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